Otros que van a remolque del nacionalismo. Que les vote otro.

Mucha parte de la izquierda en España, y también de la derecha, tiene 2 problemas: 1) no le gusta España, y 2) no sabe lo que le gusta.

A mucha izquierda, y también a mucha derecha, no le gusta España. Dice que la Reconquista (800 años de nuestra historia) fue un hecho «insidioso» (Juan Luis Cebrián), y admira el islam como contrapoder de Occidente. No le gusta la relación de España con el cristianismo, y si pudieran eliminarían la vida espiritual de los españoles. Reniegan de que España haya sido una monarquía durante 1.500 años, y desearían una democracia populista al estilo bolivariano. Se avergüenzan del descubrimiento y evangelización de América, y se extrañan de que sus bisabuelos conquistadores no se convirtieran a Huichilobos o a la Pachamama. Creen que nuestro error fue no someternos al progresista Napoleón. Asumen de pe a pa la leyenda negra -o la propaganda que difundieron quienes fueron nuestros adversarios- y se creen miembros de una nación deleznable, representante de casi todo lo malo. En fin, no les gusta la palabra que España dio al mundo, y no les molestaría despiezar el país en nombre de cualquier ideología de moda.

Mucha izquierda -y quizás mucha derecha- no sabe lo que le gusta. Sus referentes ideológicos del siglo XIX se probaron en el siglo XX y fracasaron hundidos en sangre y pobreza. Sus modelos del siglo XXI se basan en el populismo y la represión. El deconstructivismo de Derrida no construye nada; el pensamiento de débil de Vattimo es tan débil que no aguanta raciocinios en línea. La versión predominante del islam, que encuentran sugerente como oposición al estilo de vida del occidente «cristiano», acaba demasiadas veces sus argumentos encogiéndose de hombros o apretando el gatillo. Las propuestas económicas que les seducen no son sostenibles ni realistas; su visión social se acerca mucho al nihilismo.

Hay mucho que cambiar en la sociedad actual, pero mucha izquierda acude a fórmulas negativas, sin arraigo en nuestra historia, sin propuesta para el futuro que pueda sostenerse fuera de una hoja de papel, sin fuerza y coherencia con lo que sabemos hacer. Mucha izquierda, creyendo los prejuicios negrolegendarios, ha comprado el timo nacionalista. Para quienes se quedaron en lucha de clases marxista, «Espanya» sería la opresora de «Catalunya» (curiosamente, una de las regiones españolas más ricas) y lo progresista sería contribuir a su «alliberament». Y así mucha izquierda española se convirtió tantas veces en la coartada del nacionalismo; el PSC es incapaz de crear un terreno de juego diferente al pujolismo. Y lo mismo le pasa a Podemos: tiene un problema de identidad que le empuja a admirar todo aquello que se opone a España.

Una confirmación reciente de lo anterior: en su trino de Twitter, Podemos Gramenet endosa literalmente el argumento de Alfred Bosch (ERC), en la línea intelectual de autodesprecio que hemos comentado.

Que les vote otro. Los dolços no podemos. A los dolços nos gusta Cataluña y nos gusta España, como a los californianos les gusta California y les gusta EEUU. Distinguimos lo cierto de lo legendario. Los españoles hemos hecho cosas buenas y malas, como todo hijo de vecino. Y nos gusta celebrar las buenas y aprender de las malas. No se puede mejorar nada sin mantener lo que funciona y actualizar lo que debe perfeccionarse. Así lo dice el sentido común, nuestro seny catalán de siempre.

Creemos que hemos hecho muchas cosas buenas por la humanidad, y que el mundo sería peor sin España; eso no es cosa de derechas o izquierdas. Estamos convencidos de que podemos construir un futuro de autoconfianza y prosperidad, sin presunciones. Queremos reforzar nuestras virtudes y eliminar nuestros defectos. Queremos mejorar España, no destruirla ni empezarla de cero.

Podemos hacerlo. Y para ello, cada vez está más claro que nos sobra Podemos.

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